martes, 5 de enero de 2016

Campo de batalla Krasny Bor

Imagen tomada Wikimedia Commons





Prrrrrrrrrrrr, la tierra temblaba sin parar, después de más de dos horas de ser bombardeados por la artillería y  la aviación soviética, los  soldados españoles tenían que hacer  frente a la infantería rusa y a sus temidos tanques, los T-34, una de las máquinas más mortíferas de la II Guerra Mundial.  Los obuses que habían caido en el frente español desataron el infierno en la tierra, lo que hace unas pocas horas, era un manto de nieve que cubría todo el paisaje, se había convertido en un lodazal, por el que avanzaban unos cién de los mortíferos blindados,  seguidos de cerca por 50.000 soldados comunistas. 

Se trataba de la operación Estrella Polar, los rusos al igual que hicieron en Stalingrado, atacarían por el sector defendido por ejercitos del eje no compuestos por tropas  germanas, los mandos  bolcheviques, a sabiendas que en ese momento de la guerra aún no eran capaces de doblegar a las huestes del tercer Reich, en confrontación directa, focalizaban sus ataques en sus aliados, a los que consideraban mucho más débiles y donde esperaban abrir brecha en sus formaciones defensivas. 

Ese menosprecio a la capacidad bélica española, un páis que dominaba el mundo cuando los rusos eran aun unos bárbaros, el primero derrotar al gran Napoleón o que paró la expansión árabe por Europa, fué un error que pagarían muy caro. Unos 5000 mil españoles, sin armamento pesado y abandonados a su suerte por los nazis, paró en seco a toda la maquinaria bélica rusa.

***

(En algún lugar de Krasny Bor)


El tanque avanzaba  despacio, era de noche, pero el ruido de su motor revolucionado, mientras subía con gran esfuerzo por la carretera que cruzaba el bosque, lo delataba, las orugas luchaban por moverse en esa trampa de barro y nieve en la que se había convertido el camino. Tras el vehículo caminaban unos 200 soldados,  los cuales estaban  organizados en dos largas columnas, andaban tranquilos, pensando en cosas de rusos, sin tener la más remota idea de lo que se les venía encima. En las laderas, ocultos entre los árboles se escondían quince soldados españoles liderados por el sargento Pelayo, listos para ejecutar la emboscada.

Guau guau, un perro salió del bosque y comenzó  a ladrar a los soldados comunistas, estos comenzaron a silbar intentando atraer el animal hacia ellos, no porque fueran a mantes de los animales, ni mucho menos,  si no porque hacía mucho tiempo que no comían carne y no podían dejar pasar esa oportunidad que se les estaba presentando.

El perro no  era más que un "milleches" famélico, un saco de huesos que  estaba cubierto por un espeso pelaje gris, donde vivían generaciones de  docenas de clases de pulgas diferentes. La columna se había parado por completo y eran varios  los que competían con ansia para convencer al chucho, silbidos, gritos . Mientras esto ocurría el pesado tanque había comenzado a bajar, desapareciendo en la noche oculto por la colina.

—Fiuiiiiiii. Se escuchó un silbido proveniente del bosque, el perro al oírlo volvió a refugiarse al amparo de los árboles. Los rusos se quedaron petrificados, no porque su manjar se hubiera ido, si no porque eran consientes que había caído en una trampa, se tragaron el anzuelo y ya no podían desengancharse de él. El miedo se apoderó de sus cuerpos, comenzaron a correr como pollos sin cabeza en busca de refugio, pero era demasiado tarde.

Desde ambos flancos de la carretera, dos MG 42 empezaron a entonar una oda de muerte, el fuego cruzado español provocó que la mayoría de los 200 soldados cayeran en la primera andanada, los que lograron escapar al fuego mortal de las ametralladoras, eran cazados por los francotiradores españoles, la división azul acababa de dar otra estocada en los riñones del gigante ruso.

De repente se oye un potente cañonazo, el tanque había vuelto para socorrer a los suyos, desde la cresta de la colina estaba disparando  a uno de los puntos luminosos que en la oscuridad delatan a las claras donde se encontraban los españoles disparando. Se  escucharon árboles caer y la luz se apagó. 

— ¡A tomar por culo, nos vamos!. Gritó el sargento Pelayo mientras trataba de parar la sangre que le brotaba por uno de sus ojos, el proyectil lanzado por el tanque impactó en un roble cercano, y varias de las astillas fueron a parar en el rostro del oficial,  con la mala fortuna que una le perforó la cornea.

Con la misma rapidez que comenzó el ataque se hizo el silencio, solo se escuchaban los lamentos de los moribundos rusos. Los españoles maestros en el arte de la guerra de guerrillas habían desaparecido como fantasmas en la noche.Los pocos supervivientes rusos los describirían más tarde como "espectros con camisas blancas", nada raro ya que era el color del camuflaje habitual en la nieve salvo porque algunos cadáveres aparecieron sin orejas.

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