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— ¡ Santiago y cierra, España !.Gritó Juan Pablo de Carrión, ante la tercera carga de los ronin japoneses. Tan lejos de su patria, en los confines del imperio, un puñado de soldados, levantaban agotados, sus picas al cielo para proteger los intereses del Rey, la verdadera religión y el honor de los tercios o eso se repetían así mismos, tratando de convencerse, porque demonios estaban peleando contra cientos de enemigos ,en el culo del mundo, tan alejados de la mano de Dios.
Pero así eran los tiempos que corrían para los soldados españoles, ir a morir a miles de kilómetros de sus casas, estar mal pagados y lo principal, luchar en clara desventaja numérica. Ese era su pan de cada día, la inferioridad en efectivos, la compensaban con la férrea disciplina, de siglos de guerrear contra medio mundo mientras se sometía al otro medio, y sin caer en la arrogancia, porque no decirlo, en el coraje de una estirpe de guerreros legendarios.
— ¡Fuego!. A la orden del capitán, los arcabuceros españoles, lanzaron su última andanada, no por falta de ganas de reventar las preciosas armaduras japonesas, con sus dueños dentro, claro está, si no, porque tras todo un día pelando, la pólvora se les había acabado.
Tras esto, y para sorpresa de los japoneses, la formación española, abandonó la trinchera y avanzó hacia las huestes enemigas, este acto de valor o de inconsciencia, según se mire, tomó por sorpresa a los nipones, los asiáticos no reaccionaron a tiempo y se dieron de bruces contra el puerco espín español. A su vez, mientras las picas atravesaban las débiles armaduras de los ronin, los soldados, que antes disparaban con presteza los arcabuces, ahora iban espada y vizcaínas en mano, intercambiando esgrima contra las katanas japonesas.
Gracias a las armaduras europeas, el acero toledano o que los japoneses estaban ciegos de sake, los españoles ganaron la refriega. Cuarenta soldados de los tercios españoles, habían derrotado a mil piratas orientales, matando a cientos de ellos y haciendo huir al resto, los japoneses, pasarían a la eternidad, pon sus actos nobles y heroicos y su fama de luchadores hasta la muerte, cosas de como se venda la historia. Los españoles que en coraje y arrojo no ha habido enemigo que los tosa, han pasado al recuerdo con más pena que gloria.
En el campo de batalla solo quedan cuatro de los piratas japoneses, acompañados de un muchacho que debía ser una especie de mensajero o vete tu a saber, su destino era una vizcaina en la garganta, el mismo que para el resto de sus compañeros.
Por sus vistosas armaduras, no cabía duda, de que eran los oficiales al mando, los que se habían quedado para conbatir, su honor les impedía huir de la lucha, sin pelear hasta el último aliento. En el lado español, quedaban en pie, unos veinticinco hombres, de los cuarenta que comenzaron la batalla.
Los japoneses se agruparon, esperando su destino con la mirada tranquila del que sabe que su suerte está echada, no iban a clavarse una espada en el vientre, querían el honor de morir katana en mano, luchando contra esos fieros enemigos, venidos de los confines del mundo.
El capitán Carrión a sabiendas, de que masacrar a esos hombres, podría hacerlos convertir en mártires, optó por elegir a cuatro de sus mejores hombres y enviarlos a que se enfrentaran en duelos individuales contra los japoneses. El oficial español no buscaba el honor con ese gesto, ni mucho menos, su objetivo era vencerlos en igualdad de condiciones, para mostrar la superioridad española y que infundiera tal miedo en el enemigo, que nunca más osaran atacar los territorios del rey.
— Necesito cuatro voluntarios, para luchar en duelo singular, demostrarles a estos piratas, el honor y el coraje del soldado español. Dijo el capitán Carrión, para arengar a sus cansados soldados. Para su sorpresa, fueron varios los que se presentaron voluntarios, aun siendo consiente, que sus soldados, lo que pretendían, era quedarse con los objetos de valor de los vencidos, agradeció que acataran su orden con tanta diligencia.
El que parecía el líder de los japoneses, al ver que cuatro los soldados se les acercaban , asintió con la cabeza, pero antes de comenzar la batalla, y con la idea errónea de la honorabilidad española, mandó al muchacho, que estaba con ellos a que se entregara, este obedeció, hizo de tripas corazón y fue hacia los hombres que habían matado a tantos de sus compañeros, sin decir ni una sola palabra, aunque su rostro reflejaba el conflicto interno que tenía. Cuando el chico llego al lado de los españoles, al ronin que lo había mandado, le resbaló una lágrima por la mejilla, era la última vez que vería a su hijo en esta vida. Lo peor de todo, es que no sabía, que lo que Carrión pensó al ver llegar al joven, era el dinero que sacaría, al venderlo como esclavo.
Los nipones fieles a las normas del Bushido, se lanzaron katana en mano, contra los soldados españoles, su honor, su valentía y su fiereza, no le sirvió de nada, ante los curtidos hombres de los tercios, que dieron cuenta de los nipones con relativo poco esfuerzo.Al terminar la refriega el muchacho japonés corre hacia su padre y se arrodilla, pero no llora ni grita, se limita a rezar y a coger la espada de sus antepasados, en una especie de ceremonia, en la que recogía el arma que había pertenecido a sus ancestros durante generaciones.
—Ni se te ocurra tocar la espada, rata de los cohones. Dijo el soldado que había derrotado al antiguo dueño de la katana, mientras con una fuerte patada, lo alejaba del arma, y si no llega a ser, por la intervención de Carrión, le corta la cabeza allí mismo, con la espada de su padre. El capitán detuvo a su soldado de un grito, y luego le compró la katana, por unos ducados de oro, con lo que el enfado se le pasó por arte de magia al guerrero español.
De las grandes gestas, nacen las leyendas, y una de ellas cuenta, que los ronin fueron vencidos, por unos terribles demonios, medio peces y medio lagartos, los wo-cou. Otra leyenda nos cuenta, que la famosa técnica, de las dos espadas japonesa, está inspirada, de un soldado español, luchando con espada y vizcaína.
Años más tarde, correría el rumor, de un poderoso guerrero, con los ojos rasgados, que lucharía con los españoles en Flandes, se decía que usaba una espada encantada y que de su cabeza, nacian grandes cuernos, pero esa es otra historia que contaré más adelante.
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